De cuando los sonidos empezaron a hablar
La aparición de la orquesta como conjunto fijo de instrumentos comenzó a principios del XVII.
Este proceso fue paralelo al desarrollo de la música misma: la música de los siglos precedentes había desplegado todas sus fuerzas en el complicado tejido de la polifonía. El instrumento (y el músico que lo tocaba), era parte anónima del todo. Cada “instrumento” tenía que dibujar su línea con la mayor claridad posible y a la vez, añadir un color particular al mezclarse con la sonoridad global.
Pero hacia 1600, entran nuevas fuerzas en juego. Ya has estudiado como se llegó a la monodía acompañada, al canto solita con acompañamiento. Con el recitar cantando y el estilo concertato, se crearon nuevas formas de expresión que enlazaban palabra y sonido en una unidad emocionante. También la música instrumental pura fue arrastrada por esa corriente y adoptó el nuevo mensaje de la monodía pero sin palabras, hablando exclusivamente con sonidos. Surgió la teoría de la retórica musical y la música adquirió un carácter dialogante, en el que tocar hablando se convirtió en la mayor exigencia para todo maestro musical barroco.
Mejoran los instrumentos y se perfecciona la técnica
Se produjeron grandes mejoras y avances en la técnica sobre la ejecución instrumental, debido a los perfeccionamientos en la fabricación de los instrumentos (en especial en la familia de viento) para lograr un sonido más claro y definido, y para que resultaran más cómodos de tocar. La consecuencia directa fue un mayor uso de los mismos y mejores combinaciones entre los instrumentos, por lo que hubo un gran florecimiento en la creación de formas musicales, aparecieron los grandes intérpretes (que tocaban pasajes con gran dificultad, llenos de florituras y adornos) y los compositores ampliaron sus conocimientos técnicos sobre los instrumentos, que pusieron al servicio de una fuerte expresión emocional.
Uno de estos compositores fue, de nuevo, Claudio Monteverdi, quien dio un giro significativo al uso de los instrumentos de aquella época no solo por ser el primero que estableció en una composición qué instrumentos se precisarían para interpretarla, sino también por, como hemos comentado antes, el vasto conocimiento y manejo correcto que poseía sobre las características de los instrumentos.
Más tarde, compositores como Lully y Rameau (finales del siglo XVII y principios del XVIII) propiciaron una evolución significativa a la forma de componer, tomando en cuenta desde el tratamiento y uso de los instrumentos, hasta el fortalecimiento de la cuerda y preparación para el enriquecimiento colorista.
Es entre la época de J. S. Bach y Händel (principios del siglo XVIII) y de W. A. Mozart y Haydn (finales del siglo XVIII), cuando las cortes y teatros de ópera europeos empezaron a tener sus propias orquestas, las cuales estaban conformadas por plantillas fijas de instrumentos.
Buscando el equilibrio
La orquesta barroca de la primera mitad del S. XVIII, era un conjunto finamente ajustado en sus timbres y mezclas de color sonoro. Los diversos grupos instrumentales que la formaban debían mantener entre sí unas proporciones de potencia muy determinadas. Los timbres específicos de estos grupos desempeñaban un papel decisivo en la instrumentación de las obras que se componían.
El tutti partía, por lo general, de una disposición a 4 voces o partes (cuerdas, flautas, oboes y trompetas) que se organizaba tímbricamente añadiendo o quitando determinados instrumentos.
Los instrumentos de viento de la época estaban construidos de tal manera que, como solistas, poseían un sonido inconfundible, pero al mismo tiempo en los tutti se podían fundir con otros instrumentos de igual tesitura en un nuevo timbre. Por ese motivo tocaban, en principio, lo mismo que las cuerdas (ya que éstas suponían el cuerpo sonoro de la orquesta), es decir, no tenían nunca una parte propia en el tutti: los oboes, por ejemplo, tocan lo mismo que los violines, el fagot seguía al violonchelo y al clave en el bajo continuo, etc.
La flauta travesera, que en el barroco recibe el nombre de traverso, era un instrumento solista típico y existen muy pocas obras de la época en las que se emplee como puro instrumento de tutti.
Para composiciones con ocasión de actos festivos, la instrumentación barroca incluía trompetas y timbales, que solían adjudicarse a oboes y violines como registro sonoro adicional. Los timbales iban siempre junto a las trompetas porque en aquel tiempo, los trompetistas y timbaleros eran siempre músicos militares.
Junto a esta plantilla estándar de la orquesta barroca, existían otros instrumentos que se añadían en ocasiones especiales: las trompas, que hasta finales del S. XVII eran puros instrumentos de caza, se introdujeron en 1700 también en la propia música, a través de motivos de trompa típicos de caza, hasta que pronto se descubrieron sus posibilidades para melodías más cantables.
Finalmente, el clave era el alma de la orquesta barroca: no sólo facilitaba la cohesión rítmica de los músicos, que en general tocaban sin director, sino que, como instrumento del continuo, completaba las armonías con acordes y reforzaba la línea del bajo junto con la viola da gamba, el violoncello, el fagot y el contrabajo.